Una página en blanco, segunda parte

papeles

Viene de «Una página en blanco, primera parte»

Desde aquel día, José y María jamás se habían separado. Eran admirados y queridos por todos; por su entrega, por su constancia, por su dedicación, por su amor…

«No puedo seguir así», decidió. Lentamente se giró y paseó su mirada por el salón. Decenas de libros llenaban sus estanterías. Era su otra pasión, aparte de María. Disfrutaba leyendo. Leía por el puro placer de perderse en el mundo imaginario que inventaba el autor, y ahora sus razones se habían multiplicado. Leer era su válvula de escape; era el único consuelo que le quedaba en este mundo, porque adoraba la paz y la quietud que podía respirar mientras sus ojos paseaban línea a línea por cada página… Ahora estaba solo, sin más familia que el recuerdo de su adorada María, ni más compañía que la de sus libros.

Así que se dirigió hacia el sofá. A su lado estaba el último libro que había caído en sus manos, «Una página en blanco», rezaba el título. Miró la contraportada: no aparecía el nombre del autor, ni reseña alguna. Ya le había parecido así al cogerlo de la estantería de la biblioteca, pero luego no lo preguntó. Lo había sacado porque el bibliotecario se lo había recomendado y él siempre confiaba en ellos. Al coger el libro recordó su cara. Era nuevo, porque nunca en sus anteriores visitas lo había visto, y el ir a la biblioteca después de comprar el pan e ir al supermercado se había convertido en su única rutina. Y sin embargo, aquellos ojos, aquella mirada, le recordaban algo. Todo el camino de vuelta había venido rondándole la cabeza, intentando recordar de qué lo conocía, pero no lo conseguía.

Se sentó, no sin antes echar un par de troncos más a la chimenea; se recogió los bordes de su bata azul de franela, echó una mirada hacia el otro sofá vacío, el de María, y le dirigió cuatro breves palabras: «aquí estamos de nuevo», y así empezó la lectura de aquel libro.

Le resultaba curioso el título, pero al poco ya se encontraba sumergido en el mundo que le relataba. Víctor, un chaval joven, en la flor de la vida, se dedicaba a escribir en sus ratos libres. Compaginaba sus estudios de Historia del Arte con su afición a las novelas de intriga. Durante páginas, José vivió, a través de Víctor, la vida universitaria; las primeras juergas, el primer baile fin de curso, el primer beso, el primer amor. Pero al mismo tiempo, vivió de primera mano el descubrimiento de un texto medieval prodigioso que podía cambiar el mundo. Era como vivir dos historias en una sola: la vida universitaria de Víctor, y el libro medieval que estaba escribiendo éste.

José llevaba leídas ya ciento veinticuatro páginas absorto, sin apenas haber levantado la cabeza. Allí afuera, tras los ventanales, a su espalda, el viento se hacía huracanado; la lluvia arreciaba y golpeaba con fuerza los cristales de la casa; sobre el tejado se escuchaban repiquetear las gotas e, incluso, de vez en cuando, se escuchaban los truenos… pero ni aún así José perdía el hilo de aquel libro.

Víctor, al fin, había acabado de escribir su libro. Con la felicidad dibujada en la cara, llamó a su novia y se lo dijo; estaba exultante y nervioso, así que se cambió los vaqueros, se puso una camiseta limpia un poco más cómoda, cogió el manuscrito y se dirigió a casa de su novia, tal y como habían quedado. Víctor cruzó la calle, ansioso, sin darse cuenta de que por su derecha se acercaba un coche; no vio el paso de cebra; el coche no frenó… Víctor quedó tendido en el suelo en medio de un gran charco de sangre; algunas de las hojas de su manuscrito aún volaban; otras, empapadas en el suelo sobre su misma sangre…

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