Brooklyn Follies, de Paul Auster

El escritor, director de cine y guionista norteamericano Paul Auster está considerado por muchos como uno de los escritores más importantes y afamados del panorama de las letras contemporáneo.

Tras grandes éxitos como “La trilogía de Nueva York”, “El palacio de la luna” o “Leviatán”, algunos de sus siguientes títulos sufrieron el varapalo de la crítica. Sin embargo, con el lanzamiento en el 2005 de “Brooklyn Follies”, el mejor Auster volvió a resurgir de sus “supuestas” cenizas.

Aunando en sus páginas todos los componentes clásicos de la mejor literatura austeriana (el protagonista es un personaje solitario; la importancia del azar, que está presente en cada uno de los rincones de la historia o la siempre inagotable presencia de los artilugios de papelería (bolígrafos, libretas, etc), “Brooklyn Follies” es, posiblemente, uno de los mejores trabajos del escritor.

Ambientada en el famoso barrio neoyorkino cuenta la historia de Nathan Glass, un jubilado de 60 años al que su esposa ha abandonado y a quien le han diagnosticado un cáncer de pulmón: es por ello por lo que decide regresar a su Brooklyn natal en busca de una muerte tranquila. Nada más llegar a la ciudad, decide ponerse a escribir “El libro del desvarío humano”, donde piensa relatar todo lo que acontece a su alrededor y todo lo que pasa por su mente.

No obstante, durante el tiempo que pasará allí descubrirá y se reencontrará con personajes y situaciones que, aunque en apariencia poco o nada tengan de especial, le harán sentirse más vivo que nunca. Algunos de ellos son su sobrino Tom, un chico inteligente al que le había perdido la pista y que parece haberse dado por vencido en la vida, o Harry Brightman, un gay que regenta una librería de segunda mano y al que le gusta llevar la contraria a la sociedad.

Entre ellos se crearán estrechos vínculos de amistad que harán que se ayuden, se cobijen y se saquen mutuamente a flote. Poco a poco, y a raíz de los acontecimientos, Nathan se irá dando cuenta de que el verdadero propósito de su vuelta a Brooklyn no es el de una muerte anunciada, sino el de unas ganas de vivir que creía perdidas.