Perdidos en la traducción

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Hay algunos escritores por los que siento especial predilección, como es el caso de H. P. Lovecraft, Edgar Allan Poe y Ray Bradbury. Disfrutaba tanto con sus historias como con su manera de contarlas, sin ser demasiado consciente por aquella época, de que no habría sido así sin un impecable trabajo de traducción. O, haciendo la cuenta al revés, imaginaos como deben sonar los ácidos versos de Quevedo en noruego o japonés.

Cuando leemos un libro que originalmente ha sido escrito en otro idioma, lo normal es que el mensaje permanezca intacto, pero es inevitable que una parte del estilo personal del autor se pierda por el camino. Y es que, por mucho mimo que se emplee en el proceso de traducción de una obra, la naturaleza misma de cada idioma impone ciertos cambios.

Juegos de palabras, frases hechas o expresiones que no pueden ser traducidas de manera literal y que no siempre tienen un equivalente en nuestro idioma, pueden poner en un aprieto a quien deba llevar a cabo este trabajo. Afortunadamente para los amantes de la lectura, el castellano es rico en vocablos y las editoriales suelen hacer un trabajo excelente.

Otros momentos delicados a la hora de traducir son aquellos en los que haya una negociación de por medio, tanto a nivel de empresas como de política. Para estas ocasiones, en las que la traducción debe ser tan fiable como fluida, es vital contar con un equipo bien preparado de traductores jurados.

En el caso del cine y las películas en versión original subtitulada la cosa se puede poner fea, ya que nos perderemos muchos detalles del filme al tratar de leer los subtítulos. Por supuesto que para poder juzgar a un actor, hay que verlo en su idioma y con su propia voz, pero es recomendable haber visto la película previamente.

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